martes, 1 de marzo de 2011

RELATO 1: "94 DESTINO A LA PLAZA DEL AYUNTAMIENTO"

Hola amigos:

Empiezo con ilusión una nueva sección en este blog, que no es otra que la de "RELATOS". 

Se trata de publicar los relatos que me vayais haciendo llegar con el único propósito de que los compartais con todos nosotros. 

Yo mismo he escrito a lo largo de mi vida, sobretodo hace años, algunos relatos cortos sin pretensión ninguna, solo la de divertirme. 


Sé, por ello, que la vergüenza muchas veces aflora a la hora de pensar en que el relato sea leído por los demás, pero aquí, en este blog, sólo se trata de pasarnoslo bien y de intercambiar nuestros pensamientos u ocurrencias y no se me ocurre otra forma mejor para hacerlo que ésta. 

Así que no hay por qué tener miedo, a lanzarse al ruedo ¡¡¡ Rompe el hielo nuestra amiga Silvia (Valencia - España) quien me ha enviado el siguiente relato titulado "94 Destino a la Plaza del Ayuntamiento":

  "Hacía, por lo menos, veinte años que no iba en autobús. Desde que me fui a vivir al pueblo. Caía una solana que te hundía en el asfalto y me senté bajo el parasol de la parada, sin caer en la cuenta que tenía que escoger el número de autobús para el destino elegido. Miré en la pantalla de cristal donde estaban los callejeros con las rutas de los autobuses. Repasé con mi dedo índice todos los números y,  justo, el 94, destino a la plaza del Ayuntamiento.
  
  Tantos años pasados y ¡qué recuerdos! Entonces pagaba cincuenta pesetas al chófer o al “autobusero”,-como muchas personas les llaman-, ahora no tenía ni idea de lo que costaba. Se sentó a mi lado una chica y le pregunté lo que costaba:”un euro, veinticinco céntimos”, me dijo. Me apresuré a buscar en mi bolso, porque siempre lo llevo lleno hasta los topes de cosas inútiles, el por si, por si, por si… que lo único que sacas es un fuerte dolor de espalda.  

  Me levanté varias veces de la banqueta de la parada, mirando el reloj; el autobús no venía, me sentaba, me volvía a levantar, contaba las paradas que transcurrirían hasta la mía, -unas catorce, -me sentaba de nuevo, miraba el reloj, se me estaba haciendo tarde para llegar a mi cita. Por fin, como un alud, el 94 paró  y subí. Insegura, le pregunté al conductor, “¿Va a la plaza del ayuntamiento?”, le pagué, cogí el billete y me senté al lado de un señor mayor, junto al pasillo.

  El anterior 94 lo había perdido. El siguiente autobús tardó como un cuarto de hora en llegar. El minutero de mi reloj corría rápido y aunque había salido con antelación, iba con un poco de retraso.
  
  Detrás de mí escuchaba dos voces varoniles, una más joven que la otra. No me había fijado en sus caras cuando eché el vistazo rápido para coger asiento. Mientras hablaban, intentaba imaginármelos; el joven podría ser moreno, hablaba español, aunque por lo que hablaba no era de la capital. Probablemente era  estudiante y estaba con un amigo o conocido, pues parloteaban con mucha confianza. Un chico modernito, veinteañero, y con el calzoncillo a la vista, por encima de la cintura de los vaqueros, como ahora llevan muchos jóvenes, con el pelo cuidadosamente despeinado y con un cinturón y su hebilla ancha como mandan los cánones. El mayor, tenía una voz profunda y carajillera, de excederse mucho en la bebida y el fumeteo, pero hablaba más firme que el joven. Canoso, de unos cuarenta y poco años, su ropa no tan a la moda, pero aseado.
  
  Pasábamos por una gran avenida donde los edificios se alinean magníficos y lujosos. El mayor -o mejor le llamaré “el tío”-, le contaba a su sobrino lo cara que está esa zona, y el sobrino riéndose le respondía que sí desde pequeño hubiera ahorrado, igual ahora se podría comprar un pisito. Los dos se rieron a carcajadas y le dijo el sobrino:”bueno para eso está el tío Jacinto, que de vez en cuando nos tira un hueso con más hueso que carne”.  Me entró ganas de volverme para ver sus caras, parecía que sabían que estaba escuchando y no era que fuera del todo verdad: no podía evitarlo pues hablaban como si no tuvieran a nadie alrededor -muy mala costumbre entre los españoles, por cierto, pues somos muy escandalosos hablando-.
  
  El autobús paró y subieron una pareja de jóvenes rubios que parecían suecos y que estaban haciendo turismo. La chica se dirigía a sentarse cuando su pareja le paró los pies para que no se sentara en los asientos reservados para discapacitados, ancianos, embarazadas… y con un gesto de caballerosidad le cedió el asiento contiguo y él se quedó de pie, dejándolos libres.
  
  Detrás de ellos subieron otra pareja de forasteros, cargados con maletas y se quedaron sin sentarse. Muy cuidadosos para dejar espacio, apartaban al máximo sus maletas para que otros viajeros pudieran ocupar el lugar de pie.
  
  Mi vecino de asiento, hizo el ademán de querer salir,  así que junté mis piernas, me giré de costado y él se preparó para bajar. Yo me puse en su asiento, junto a la ventanilla.
  
  Mientras no me había dado cuenta de que el espacio que habían dejado los extranjeros con maletas para otros viajeros, había sido ocupado por un discapacitado que iba en silla de ruedas.
  
  En la siguiente parada, subieron unos jovenzuelos que fueron directamente a apoltronarse en los asientos reservados para ancianos, embarazadas…La extranjera rubia, que aún seguía allí con su novio, marido o quien quiera que fuese, frunció el entrecejo, dejando escapar un gesto de desaprobación.
  
  De repente, sonó un móvil, que gritaba con voz chirriante una retahíla como politono que decía así: “no cuelgues, que estoy buscando en el bolso, por favor, que no lo encuentro, no me cuelgues, a ver las llaves, no por Dios, no me cuelgues, que ya lo encuentro…” Me hizo gracia y amague una risa pero no quería que se me notase y me aguanté. La señora descolgó el móvil y casi todos en el autobús nos enteramos de su conversación con un familiar suyo que tenía un quiste en el pecho, que podía ser maligno. Cuando la señora se dio cuenta, bajó apenas el volumen, pero ella le decía: “¿no te han hecho un biopsia? Hazle hincapié al médico que estás muy preocupada y que te la tienen que hacer. A mí, me la hicieron”, y bajó más el tono de voz.
  
  El señor discapacitado le gritó al conductor del autobús, -¡En la próxima me bajo, prepare la plataforma!-. Cuando el autobús paró, el discapacitado se desplazó con su silla eléctrica hasta la plataforma y se bajó. 
  
  En la misma parada se bajaron también mis desconocidos de atrás. No tenían nada que ver con las personas que yo me había imaginado. El joven, moreno, totalmente despeinado, como si hubiera estudiado apoyando la cabeza entre sus manos y tal como se le quedaba la cabellera, salía de su casa. No vestía a la moda, totalmente dejado y tampoco era veinteañero, más bien quinceañero. Su tío, si era canoso, pero de un canoso y grasiento pelo amarillo, y era bastante más mayor de lo que me lo había imaginado. Los dos dejaban mucho que desear en cuanto al aseo.
  
  El autobús seguía su ruta, yo miraba otra vez el reloj, llegaba tarde. ¡Qué largo se me estaba haciendo el recorrido!  Miraba el cristal de mi ventanilla, casi poniéndome bizca. Había grasa de sudor en la luneta, como si alguien se hubiera apoyado y se hubiera quedado dormido.
  
  En la siguiente parada, un señor con aspecto de profesor se sentó a mi lado. Me quedé inmóvil, como petrificada, aunque con el rabillo del ojo pude ver que llevaba un maletín de piel, de los de toda la vida. Lo puso sobre sus piernas y sus brazos reposaban, a la vez, encima del maletín. Tenía un olor peculiar y desagradable que me hacía insoportable estar a su lado, era una mezcla entre ajo rancio y cebollino. Me levanté y él también se levantó para dejarme paso. Me fui a la parte trasera del autobús, y pude respirar.
  
  Despistada se me pasó mi parada y pulsé el botón de stop para la siguiente. El autobús se detuvo y salí disparada a la plaza del Ayuntamiento. Cuando llegue, busqué entre la gente a un hombre con corbata verde. Ya no estaba, había perdido mi oportunidad…
  
  De repente, alguien me tocó un hombro por la espalda, me giré y se giró como si de mi sombra se tratara y nos encontramos los dos de frente con una sonrisa".

 Desde aquí, muchas gracias Silvia por tu relato. Podeis realizar si así lo deseais los comentarios, quejas, felicitaciones y/o sugerencias que querais.


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario